A ver cómo me explico, sin parecer un misántropo: desde hace un mes espero al fin de semana como agua de mayo. Para escribir. Saco tiempo de donde puedo para parir mi segunda novela, y donde más lo encuentro suele ser los sábados y los domingos. Sin embargo, este fin de semana lo pasaré de feria, en las ferias del libro de Burgos y de Madrid, en sesión doble de mañana y tarde. No escribiré, apenas, salvo algún rato en el autobús. Me alegra, de verdad, me alegra que me hayan invitado. Pocos sitios prefiero al Espolón burgalés y al Retiro madrileño, además. Me apetece estar al otro lado de la caseta, por primera vez, y charlar de libros, no sólo del mío, con lectores, libreros y escritores. Podría tirar de refranero, recordar que no se puede estar en misa y repicando. Pero, quizá para conformarme, comparo la escritura de una novela con una maratón: ambas exigen un esfuerzo continuo y —a no ser que quieras batir algún récord— detenerse de vez en cuando para repostar.