Las bolsas de deportes repletas de billetes pesaban un quintal, pero corríamos desesperados. Sin desfallecer. La pasma nos pisaba los talones. Apenas recuerdo el atraco al banco —según pasan las horas el sueño se diluye, si hubiera comenzado a escribir hace unas horas sería más preciso—, aunque me veo vestido de negro y con pasamontañas. Como el resto de la banda. Éramos cuatro o cinco. Uno había caído al atravesar el cerco. No me digas por qué, frenamos en seco ante un paso de peatones. El semáforo estaba rojo. Un abuelo protegió a su nieto cuando se fijó en mi recortada, pero yo les sonreí. Cuando el semáforo se puso verde reanudamos la carrera. Al otro lado de la calle había una boca de metro, si nos colábamos dentro estábamos salvados. Estábamos a punto de cruzar la carretera, cuando me desperté. El despertador sonó como un disparo.