Las etiquetas incordian. En la ropa. Y en el mundo de las letras. Pero hoy puedo decir que soy corsario, alatristesco y revertiano, porque disfruto leyendo a Arturo Pérez-Reverte, desde sus dominicales «patentes de corso» a sus andanadas tuiteras, pasando por las aventuras de Alatriste y el resto de sus novelas. Y mañana, o luego, también puedo proclamar que soy mariesco, porque devoro las novelas y las columnas de Javier Marías. O que soy ribeyriano, borgiano, vargasllosiano o, ya puestos, capotiano, cambiano y machadiano, por motivos y pasiones similares.
Sin embargo, ahora que he parido una novela, para nada me importa que la califiquen de revertiana. O de montalbiana. Ni que digan que es negra y merengue.
Me explico. No por casualidad, Las Cuatro Torres se abre y se cierra con citas de Manuel Vázquez Montalbán. De Los mares del Sur. No por casualidad, uno de los títulos que barajé para el libro fue Los mares de Madrid y la empresa que contrata a Juan Torca, el protagonista, se llama Madrid Seas. Podríamos decir que, salvando las distancias, mi Torca es un hijastro de Pepe Carvalho.
Sigo. No por casualidad, en el capítulo final cuento que Arturo Pérez-Reverte es uno de los siete amigos que leyó el manuscrito y me aconsejó durante la escritura de la novela. Las comparaciones son odiosas y ociosas, pero tampoco me importa que emparenten a Torca con Alatriste, o con algún otro de los «héroes cansados» presentes en muchas de sus novelas.
Los libros de Pérez-Reverte me entretienen, me sorprenden, me interesan, jamás me aburren.
Pero eso es sólo literatura.
Pérez-Reverte, además de un gran escritor, al que admiro, es tu tipo coherente y comprometido. Sincero y directo. Y amigo de sus amigos, fiel, generoso y entrañable.
Por amistad —él añadiría «y porque la novela es sólida, chaval»— me ha «apadrinado» públicamente. Mi novela ha desembarcado en las librerías con una faja promocional firmada por él.
Sólo por eso—no se me ocurre mejor carta de presentación— le estaré agradecido siempre. Pero no es el único favor que me ha hecho. El congreso de redes sociales que codirijo en Burgos, iRedes, contó con él como «cabeza de cartel», junto con Juan Luis Arsuaga, en su primera edición, en 2011. Y la empresa con la que me gano la vida, Tres Tristes Tigres, nació cuando Alfaguara nos encargó rediseñar la página web de Arturo, en 2003. Entonces, debo decir, apenas nos conocíamos. Y yo todavía andaba resentido, pero sólo un poco, porque diez años antes me había dado plantón.
Durante la carrera, en clase de Redacción, en el 92, nos mandaron hacer una entrevista. Daba igual a quién, podía ser un colega, un conocido… Le eché morro y logré la dirección de Miguel Delibes. Me contestó. No podía recibirme, pero sí responder por carta un cuestionario. La entrevista salió publicada en Ciudadela, una revista literaria universitaria.
Poco después Arturo Pérez-Reverte vino a dar una charla a la Universidad de Navarra. Simultaneaba sus primeras narraciones (magníficas: El húsar, La sombra del águila, El maestro de esgrima, La tabla de Flandes, El Club Dumas…) con sus últimas correrías como corresponsal de guerra y embolados como el programa televisivo Código Uno. Gracias quizá a mi «éxito» con Delibes (por cierto, soy delibiano, o delibesco, o como se diga), me lancé a por Pérez-Reverte.
Acompañado por Pedro de Miguel, profesor y amigo, que cerró la entrevista, iba a someterle a un tercer grado para la revista Nuestro Tiempo. Leí las novelas que aún no había devorado, releí las más antiguas, preparé un listado descomunal de preguntas y nos parapetamos en el Vagón-Bar de la Facultad. Nos habían dicho que podríamos charlar media hora con él, pero ese día Pérez-Reverte anunció que dejaba iba a dejar Código Uno, harto. Los periodistas navarros le cogieron por banda, esa media hora se esfumó y, lo dicho, nos dejó compuestos y sin entrevista.
Sin embargo, no dejé de leerle. Mientras tanto, en el 96, en El Mundo, cubrí la presentación de El capitán Alatriste, la primera entrega de la saga. Ya en este siglo, me tocó organizar algún encuentro digital con él, en elmundo.es, y poco después comencé a colaborar con él en diversos tinglados editoriales e interneteros.
No por casualidad, termino, Pérez-Reverte hace un «cameo» en la novela, a cuento de un Zippo. A principios de los noventa, tal vez algo antes de darme plantón en Navarra, Pérez-Reverte anduvo por Sarajevo. Dicen que allí, quizá, coincidió con Juan Torca, el protagonista de Las Cuatro Torres. Y hasta ahí puedo contar. Por ahora.
No podemos elegir a nuestros padres. Ni dónde nacemos. Pero sí qué autores y qué territorios, comanches y literarios, queremos recorrer.
Reverte es un grande. Y punto. Buen artículo